lunes, 24 de noviembre de 2014

Sueños de viaje

El determinismo es una corriente filosófica que postula que todos los acontecimientos físicos, incluyendo el pensamiento y las acciones humanas, son producto de una cadena causa-consecuencia inexpugnable, y los actos futuros son totalmente determinados por esta misma cadena causal. Por lo tanto, el determinismo dictaminaría que, conociendo todas las variables del universo en un instante dado, y la manera en que interactúan todas estas variables, cualquier acontecimiento futuro es perfectamente calculable.

Tomándonos la licencia de ignorar la adaptación del principio de incertidumbre a las ciencias sociales (el avance de un acontecimiento social es afectado por el hecho mismo de describir ese acontecimiento social), el determinismo plantea, al menos a los efectos de estas líneas, dos preguntas interesantes.

La primera es la siguiente: ¿el azar es un efecto aparente de un universo totalmente determinista, o el determinismo es un efecto aparente de un universo azaroso?. La respuesta no es simple, aunque todo parecería indicar que el universo es altamente determinista. Aunque existe la posibilidad de que la doctrina determinista sea solamente un callejón sin salida que trata de ver correlación donde no la hay. En el terreno de lo filosófico habría que admitir esta posibilidad.

La segunda pregunta, más cercana a nosotros mismos, es: Admitiendo que vivimos en un universo totalmente determinista, ¿se puede luchar contra el determinismo y salir ganando?. Ser conciente del determinismo implicaría poder tomar decisiones que van en contra del mismo, sin que estas sean parte de una cuestión aleatoria. Un tercer estado, al cual se llega a través del determinismo (la toma de conciencia es resultado de una cadena causal desplegada durante toda nuestra vida), pero que conspira en contra de él.

Entonces, llegados a este estado, ¿cómo vencemos el determinismo?. La respuesta tal vez sea viajar.

Viajar en el sentido artístico de la palabra. Algo que se expresa muy bien en el cine. Todas las películas plantean un proceso de cambio en el cual se empieza en un punto y se termina en otro (que a veces es el mismo, pero modificado por el proceso). Y este punto no solamente es un lugar: también es un instante en el tiempo, y también es una circunstancia. Las películas, entonces, plantean una circunstancia previa que cambia significativamente, y afronta el viaje de los personajes a través de esas mismas circunstancias.

Las circunstancias determinan los comportamientos de las personas, y así mismo estas a menudo son determinadas por el lugar (esto se llama determinismo geográfico). Entonces, puestos a cambiar las circunstancias, la mejor manera de hacerlo es viajar. Viajar a otro lugar, o a otra circunstancia, que es lo mismo.

Quizás a esto se refería José Ortega y Gasset cuando dijo "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo". El cambio no está en uno mismo. Para cambiarse a uno mismo se requiere hacer un viaje, y si no lo hacemos no nos salvamos.

Todo viaje nace de la conciencia de que resulta necesario. Y resulta necesario porque existe una motivación para el mismo. Y la mejor motivación de todas es el aburrimiento. El aburrimiento es, como decía Dolina, la certeza de que ningún cambio se encuentra próximo. Es el motivador de cualquier cambio. Es el que hace que nos juguemos el futuro a un dictamen del azar, solamente porque cualquier cosa es mejor que seguir en el mismo lugar. En las mismas circunstancias.

Entonces, amparados en que todo viaje está motivado en el aburrimiento, podríamos decir también que todo viaje es una huida. El recurso al que recurren el cobarde y el valiente, y que no nos permite distinguir la diferencia entre ambos (si es que existe). Una huida, porque no hay un destino al cual acercarse, sino un lugar del cual alejarse.

Había que cerrar esto con una canción de viajes. O mejor dicho, una canción sobre las huidas. Sobre dos tipos que huyen, ambos desde lugares opuestos. Ambos huyendo del aburrimiento. Ambos buscando el olor del mundo que perdieron por estar en otro mundo. El joven que huye hacia adelante, y el viejo que huye hacia atrás. Y que se encuentran en el camino, para poder entenderse uno a otro.

Como joven, no comprendo la huida hacia atrás. El único tipo de huida que me planteo es hacia adelante. Quizás sea solo cuestión de tiempo para que, aburrido del futuro y ya viejo, decida huir hacia atrás. O quizás el mandato del determinismo sea mantenernos en huida perpetua, para entretenernos hasta el momento de estallar.



jueves, 12 de noviembre de 2009

Lo que dicen los ojos de un niño

Todos tenemos nuestras pequeñas manías de existencialismo barato: algunos se sientan en una plaza a tratar de entender la vida de las personas que cruzan presurosas la ciudad, otros observan y critican la forma de proceder de un amigo enamorado, y otros se divierten imaginando los oscuros deseos de la cajera del supermercado.

Yo también tengo muchas manías de ese tipo. Una de las más originales, al menos así lo creo yo, es que se me da por mirar a los niños pequeños y tratar de imaginar lo que serán en el futuro. Generalmente observo a niños entre 5 y 9 años, que aunque no tengan una personalidad muy formada ya dan muestras de actitudes muy precisas.

Pero este ejercicio mental tiene un inconveniente, ya que es imposible extraer grandes conclusiones. Para ejemplificar lo que digo, pónganse a pensar:

Cuando uno mira en los ojos de un niño pequeño, casi siempre ve una mirada entre perdida, ingenua, confiada y tranquila. Una mezcla extraña que refleja una psiquis que está todavía tratando de brotar de entre las hojas secas que forman un colchón en el suelo pos-otoñal. Y uno piensa: El tipo que me fía los cigarrillos, también era así. El chofer del colectivo que te lleva cada día a tu trabajo, era también así. La señora que te mira feo porque le están mirando a su hija quinceañera que va al lado suyo, también fue así.

Entonces cuando vez a un niño, pensás: ¿como será?

¿Será el tipo que entra a un lugar como sintiéndose el dueño, el que si te brinda un saludo lo hace de paso y luego se olvida de tu rostro?. El mismo que te mira desde arriba, te habla sin esperar tus respuestas, y con cada gesto de su cuerpo te dice: "Tú eres un ser inferior, existís solo porque eres molestamente necesario".

¿O será el tipo desconocido de carácter amable, que cuando te ve caminando solo de noche en una zona oscura y peligrosa te ofrece un aventón, un cigarrillo y una botella? De esas personas que no entiendes como pueden existir.

¿Será como tu extraña maestra de primaria? Aquella que odiaba a los hombres y que en cada oportunidad que tenía te decía que la calvicie y el cáncer de próstata eran un castigo de Dios hacia los seres humanos masculinos por su egocentrismo y su promiscuidad.

¿Será de los que levanten banderas por causas imposibles? De esos que creen que pueden cambiar el mundo, sin saber que la batalla está perdida 100 años antes de empezar, pero que combaten hasta que se den cuenta de que no ganarán y se unan al enemigo que tanto combatieron. O de aquellos que incluso después de entender la situación, siguen peleando por pellizcar algún trozo del sueño que se resisten a abandonar.

Es imposible de saber como será, ya que los ojos de un niño solo dicen y repiten sin cesar dos palabras: Incertidumbre y Esperanza.

La incertidumbre aplastante de saber que aunque todos los niños reflejen un rostro similar, el futuro les depara los más diversos caminos.

Solo nos queda la esperanza. La esperanza de que si hacemos bien las cosas, y tenemos algo de suerte, tal vez consigamos que ese niño crezca en el lado correcto, que su existencia no represente una pérdida para el mundo, sino que sirva para hacer de este hermoso planeta un lugar mejor.

Esa esperanza es la que nos mantiene peleando, tratando de que un nacimiento no haya sido en vano.

viernes, 26 de junio de 2009

Un mundo mejor

Me imagino que todos recordarán -por los menos los que se hayan asomado a una tele, radio o periódico la semana pasada- la muy comentada noticia del taxista que devolvió 100 millones de guaraníes en joyas que habían olvidado dentro de su vehículo.

Para los que se imaginan que voy a hablar de este ejemplo de honestidad: no le pegan ni de cerca. Para los que creen que voy a empezar un discurso sobre la suerte que tuvieron los dueños de las joyas: frío, frío.

Me voy a centrar en un sutil comentario derivado de la noticia. La semana pasada, mientras estaba cenando, mi viejo estaba viendo el noticiero del SNT. Creo que fue Andrés Caballero el que presentó la misma, con la siguiente frase: "En un gesto poco usual para estos tiempos, un taxista devolvió una buena cantidad de joyas que un pasajero olvidó en el taxi".

Cuando escucho este tipo de comentarios, me agarra esa extraña sensación de que Dios (aquí favorecemos la libertad religiosa, así que pueden cambiar la palabra Dios por Alá, Ganesha, Buda, "El Diego" o alguna otra de su preferencia) habrá castigado a nuestra generación por intentar la clonación o permitir que los Back Streets Boys suban a un escenario.

Es que, imaginémonos, sobre todo nosotros, las personas nacidas en los años 80's y 90's, que hemos escuchamos cosas como "esto no pasaba antes" o "ya casi no pasa en estos tiempos", que nacimos en una época realmente mala. O sea, "antes" era otra cosa.

"Antes", la gente que encontraba 100 millones en joyas en su taxi las devolvía, como si nada, sin ni siquiera sufrir la tentación de dejarse una parte para sí. Me imagino que incluso había oficinas estatales de recepción de objetos valiosos perdidos, que manejaban la devolución con la máxima seguridad posible. Una seguridad casi innecesaria, ya que la gente no interfería maliciosamente en transacciones de objetos muy valiosos, pero la pecaminosa generación de los primeros "ochentosos" ya empezaban a aparecer, y había que cuidarse de ellos.

Me imagino a un taxista de "antes", para el cual encontrar maletines llenos de dinero y devolverlos era cosa de todos los días, caminando hacia la oficina de recepción de objetos valiosos perdidos con algo que había olvidado una bella señora de vestido almidonado la noche anterior, subiendo por una rústica calle empedrada, con edificios de estilo clásico a los costados, con un olor de jazmín impregnando el aire y una tenue luz rojiza inundando la tarde, llena de gente que reía y cantaba al son de la dulce voz de Mary Poppins.

Imagino a este señor silbando tranquilo, caminando despacio y sin apuro alguno por volver al trabajo, porque como solemos escuchar, "antes" la gente no andaba apurada, y la falta de dinero no era un problema demasiado serio. Me imagino a los niños abrazando a los ancianos en medio de la calle, ya que "antes" la gente era muy respetuosa. Me imagino que no se conocía el alcohol, el cigarrillo, la marihuana o el sexo libertino, ya que esas son cosas en las que se mete la juventud "de hoy".

Antes tampoco había corrupción policial ni política, las cárceles estaban casi vacías, los asaltos eran cuentos de terror que se usaban para obligar a que los niños duerman temprano. ¡Ah!, pero esperen, los niños de "antes" dormían temprano sin protestar.

Puedo estar de acuerdo en que nuestro avance vertiginoso haya hecho que ciertas cosas se fueran perdiendo un poco. El mundo cambió a una gran velocidad, teniendo que deshacerse en gran medida de ciertas cosas buenas. Pero decir, o pretender decir, que la noticia del taxista era algo común en otra época, es tratar de recurrir a un romanticismo más barato que una radio china, y que además solo sirve para que los unos sigan buscando un pretexto para comprobar que son superiores a los otros.