Tomándonos la licencia de ignorar la adaptación del principio de incertidumbre a las ciencias sociales (el avance de un acontecimiento social es afectado por el hecho mismo de describir ese acontecimiento social), el determinismo plantea, al menos a los efectos de estas líneas, dos preguntas interesantes.
La primera es la siguiente: ¿el azar es un efecto aparente de un universo totalmente determinista, o el determinismo es un efecto aparente de un universo azaroso?. La respuesta no es simple, aunque todo parecería indicar que el universo es altamente determinista. Aunque existe la posibilidad de que la doctrina determinista sea solamente un callejón sin salida que trata de ver correlación donde no la hay. En el terreno de lo filosófico habría que admitir esta posibilidad.
La segunda pregunta, más cercana a nosotros mismos, es: Admitiendo que vivimos en un universo totalmente determinista, ¿se puede luchar contra el determinismo y salir ganando?. Ser conciente del determinismo implicaría poder tomar decisiones que van en contra del mismo, sin que estas sean parte de una cuestión aleatoria. Un tercer estado, al cual se llega a través del determinismo (la toma de conciencia es resultado de una cadena causal desplegada durante toda nuestra vida), pero que conspira en contra de él.
Entonces, llegados a este estado, ¿cómo vencemos el determinismo?. La respuesta tal vez sea viajar.
Viajar en el sentido artístico de la palabra. Algo que se expresa muy bien en el cine. Todas las películas plantean un proceso de cambio en el cual se empieza en un punto y se termina en otro (que a veces es el mismo, pero modificado por el proceso). Y este punto no solamente es un lugar: también es un instante en el tiempo, y también es una circunstancia. Las películas, entonces, plantean una circunstancia previa que cambia significativamente, y afronta el viaje de los personajes a través de esas mismas circunstancias.
Las circunstancias determinan los comportamientos de las personas, y así mismo estas a menudo son determinadas por el lugar (esto se llama determinismo geográfico). Entonces, puestos a cambiar las circunstancias, la mejor manera de hacerlo es viajar. Viajar a otro lugar, o a otra circunstancia, que es lo mismo.
Quizás a esto se refería José Ortega y Gasset cuando dijo "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo". El cambio no está en uno mismo. Para cambiarse a uno mismo se requiere hacer un viaje, y si no lo hacemos no nos salvamos.
Todo viaje nace de la conciencia de que resulta necesario. Y resulta necesario porque existe una motivación para el mismo. Y la mejor motivación de todas es el aburrimiento. El aburrimiento es, como decía Dolina, la certeza de que ningún cambio se encuentra próximo. Es el motivador de cualquier cambio. Es el que hace que nos juguemos el futuro a un dictamen del azar, solamente porque cualquier cosa es mejor que seguir en el mismo lugar. En las mismas circunstancias.
Entonces, amparados en que todo viaje está motivado en el aburrimiento, podríamos decir también que todo viaje es una huida. El recurso al que recurren el cobarde y el valiente, y que no nos permite distinguir la diferencia entre ambos (si es que existe). Una huida, porque no hay un destino al cual acercarse, sino un lugar del cual alejarse.
Había que cerrar esto con una canción de viajes. O mejor dicho, una canción sobre las huidas. Sobre dos tipos que huyen, ambos desde lugares opuestos. Ambos huyendo del aburrimiento. Ambos buscando el olor del mundo que perdieron por estar en otro mundo. El joven que huye hacia adelante, y el viejo que huye hacia atrás. Y que se encuentran en el camino, para poder entenderse uno a otro.
Como joven, no comprendo la huida hacia atrás. El único tipo de huida que me planteo es hacia adelante. Quizás sea solo cuestión de tiempo para que, aburrido del futuro y ya viejo, decida huir hacia atrás. O quizás el mandato del determinismo sea mantenernos en huida perpetua, para entretenernos hasta el momento de estallar.